Monday, May 09, 2016

SirMitos. “Si mezclás sandía con vino te morís”. Luces y sombras de un ¿mito?


Si bien es cierto que mucho se ha dicho y otro tanto se ha escrito sobre este mito popular que advierte lo que ya todos sabemos: la ingesta combinada de sandía y vino ocasiona la muerte, no es menos cierto que (casi) todo lo dicho y escrito se direccionó en un sentido: derrumbar el mito (o, para expresarlo mejor confirmar su estatus de mito justamente).


Científicos, médicos, especialistas en frutas y vinos, comunicadores sociales, poderosos medios de comunicación y personas de a pie en general se han puesto mayoritariamente de acuerdo en sostener una única versión; una supuesta verdad contaminada de pies a cabeza por la influencia (¿alguno dijo lobby?) de poderosos productores de vino (sobre todo) y sandía (un poco menos) que para defender sus intereses son capaces de esconder los potenciales riesgos de esta extendida costumbre nacional y popular.

Sin embargo, nuestro staff de investigadores y curiosos periodistas ha logrado hallar un documento histórico que revela datos hasta aquí desconocidos de la historia no tan reciente de nuestro país; un documento histórico que seguramente generará polémica entre los círculos de suboficiales, que tratará de ser silenciado por falsos influyentes y hombres de industria pero que verá la luz aquí y ahora. 

Que la historia nos juzgue.

El hecho que venimos a rescatar y que se relaciona directamente con el “mito”, tiene un origen, un comienzo, y para ayudar a contextualizar la parte que más nos interesa del relato, repasaremos el documento completo, para comprender enteramente los hechos narrados. 

Para tal tarea, echaremos mano al libro de Daniel Balmaceda “Historias de corceles y de acero” (que de paso recomendamos), en donde se relata el acontecimiento que viene a echar luz  sobre el mito que nos convoca.
 

A prestar atención.

[OJO, es “largo” para el promedio de textos que se suelen compartir en este tipo de plataformas; si no le interesa, puede detener aquí la lectura, o bien dirigirse al párrafo final en donde está lo sustancial del documento, aunque quizás no entienda del todo de dónde viene esa resolución; está usted advertido]

Del capítulo “Ese viejo rencor” (levemente modificado): En itálica pequeños agregados de nuestro redactor; puntos suspensivos indican que se omitió una parte del texto. 

(Sabido es que) a los Pueyrredón cualquier campo de batalla los atraía como un potente imán. Durante el siglo XIX se los vio desde reconquistar y defender la ciudad de Buenos Aires hasta participar en las expediciones de conquista territorial en el sur ...

Por esa conducta tan típica de la familia, no resultó extraño que en septiembre de 1818 Manuel Pueyrredón, de tan sólo 16 años, se presentara en el fuerte de Buenos Aires y se entrevistara con el Director Supremo –que era su tío Juan Martín- para solicitarle que lo incorporara al Ejército de Los Andes que se encontraba en Chile, donde San Martín y O’ Higgins habían vencido a los realistas en Maipú y combatían a los últimos focos antirrevolucionarios antes de continuar la acción en tierras del Perú. El permiso fue concedido. Manuel Pueyrredón sirvió al ejército durante tres años, hasta que fue imprescindible darlo de baja por la cantidad de heridas que acumulaba.

En Los Ángeles (sur de Chile), una emboscada de los realistas aniquiló a cincuenta infantes y a cuarenta granaderos. Bueno, en realidad a treinta y nueve porque el joven soldado Pueyrredón quedó tendido en el campo, con tres profundas heridas de lanza y dado por muerto, pero sobrevivió.

Pocos días después, aún no repuesto del todo, participó en el combate de Pailligüé. De allí, se llevó de recuerdo tres balazos que sumados a sus heridas de lanza lo convirtieron en habitual huésped del hospital de campaña. A pesar de su delicado estado de salud no se quedó quieto y volvió al campo de batalla en busca de más heridas que calmaran su sed de aventurera. Así, estuvo presente en Curalí (siempre al sur de Chile), en donde recibió cuatro balazos, y en otros tantos combates hasta que un buen día, una junta de médicos convocada por el propio San Martín resolvió salvar su frágil vida al decretar que al menos por un tiempo era inepto para continuar en el frente.

Así llegamos al año 1821. Manuel, con 19 años y tres de servicio, fue enviado a Mendoza, junto a otros ocho compañeros inválidos sin imaginarse que allí se reencontraría con el hombre que más odiaba.

El gobernador de Mendoza no era otro que Tomás Godoy Cruz, alfil de su tío Juan Martín de Pueyrredón y de San Martín en el Congreso de Tucumán. Sin embargo, Manuel lo despreciaba pero no por ser alfil de su tío ni de San Martín sino por lo que contaremos a continuación. 

Tiempo atrás entre ellos (o sea Godoy Cruz y nuestro valiente protagonista) hubo una mujer: Victoria Ituarte Pueyrredón, prima hermana del joven combatiente. Manuel había estado profundamente enamorado de ella en el mismo tiempo en que Godoy Cruz pretendía cortejarla. Y aunque Victoria no se quedó con ninguno de los dos, allí surgió el odio entre los dos pretendientes que perduró hasta los tiempos que nos ocupan.

Volviendo a la historia, los nueve inválidos atravesaron la cordillera y arribaron a Mendoza, en donde se instalaron de manera provisoria en la fonda de Saturnino Saraza. Luego, concurrieron a la sede de la gobernación a fin de presentarse y solicitar alojamiento en casas de familia distinguidas, tal y como se acostumbraba en la época.

Godoy Cruz los recibió de mala manera (el cronista no aclara por qué pero supongamos que había tenido un mal día). En medio de la recepción, Manuel Pueyrredón lanzó una respuesta inadecuada

“Escúcheme nos va a dar alojamiento o no, viejo, decídase”.

El gobernador no lo había reconocido hasta que leyó su nombre en el papel que le presentaron. Entonces le dijo:

¿Me conoce usted?, a lo que Pueyrredón respondió tajante: “Si, señor”.

Godoy Cruz, quizás recordando aquel viejo enfrentamiento amoroso, y tras unos momentos de vacilación, escribió una esquela para el alcalde de primer voto en donde le solicitaba que se ocupara del alojamiento de los recién llegados. Se la entregó a los propios interesados y los nueve veteranos se dirigieron al Cabildo con la recomendación gubernamental.

Grande fue la sorpresa cuando descubrieron que el gobernador sólo encargó la búsqueda de alojamiento para ocho de los nueves interesados. En el listado no figuraba Pueyrredón, quien furioso regresó a la casa de Godoy Cruz para reclamarle por la descortesía.

- Godoy Cruz: No le he dado alojamiento porque usted tiene en Mendoza muchas amistades y no debe necesitarlo.
- Pueyrredón: Es verdad, pero no me hallo en el caso de molestarles desde que el gobierno tiene la obligación de darme alojamiento.
- Godoy Cruz: ¡No hay tal obligación!
- Pueyrredón: ¡Cómo no ha de haberla cuando somos oficiales del Ejército de la República y nuestros servicios nos han hecho acreedores a esa hospitalidad en el seno de la Patria al regresar a ella casi inválidos!
- Godoy Cruz: República Argentina, Provincias Unidas del Río de la Plata... hoy nada de eso existe, somos independientes...
- Pueyrredón: ¿Entonces habré de morirme de hambre?
-Godoy Cruz: ¡Muérase!

La discusión se mantuvo en el mismo tono, entre la altanería y la soberbia. Dos protagonistas, dos próceres de la historia argentina estuvieron a punto de agarrarse a las trompadas por culpa de un viejo rencor (y la negativa de alojamiento por parte de Godoy Cruz, claro). Concluido el acalorado debate, finalmente le otorgaron a Manuel el consabido refugio”.

Y luego de esta no tan breve introducción, llegamos al capítulo que más nos interesa, intitulado “Vino y Sandia”:


“Durante la estadía en Mendoza resolvieron los inválidos del Ejército Libertador entretenerse en una partida de caza.

Marcelino Balbastro le prestó a Manuel Pueyrredón una escopeta de doble caño. Dos docenas de veteranos se divirtieron disparándoles a las perdices y, aunque ninguno de ellos se casó ese día, los cazadores comieron perdices y fueron felices, sobre todo porque en ningún momento se privaron de calmar la sed con los insuperables vinos mendocinos.

La diversión continuó con piedras. Se llamaba juego de guerrillas y consistía en dividir a los participantes en dos bandos y comenzar a tirarles piedras a los adversarios. Debe haber sido entretenido porque pasaron largo tiempo jugando e inclusive se internaron en un sandial y prosiguió el juego, pero con nuevos proyectiles: pedazos de sandía.

Los gallardos heridos de la Patria empezaban a agotarse. Algunos abandonaron el juego y fueron a una acequia a lavarse las manos pegoteadas por la fruta. Pero mientras unos querían lavarse, otros pretendían seguir con la diversión.

Manuel Pueyrredón estaba arrodillado delante de la acequia, de espaldas a compañeros que aún le tiraban cáscaras de sandía. Tomó la escopeta, se dio vuelta y dijo que si le seguían tirando, respondería con balas. Por supuesto que lo dijo en broma. Pero por supuesto que a las armas las carga el diablo. Un disparo salió de uno de los dos cañones e impactó en el abdomen de un oficial peruano de apellido Maldonado.

De inmediato corrieron a la ciudad en procura de un médico. Pueyrredón fue encarcelado. Maldonado rogó que lo liberaran debido a que se trataba de un accidente. Aunque en este caso, se trató de un accidente fatal. Esa misma noche el oficial murió.

Lo extraño es que la bala pudo ser extraída en cuanto lo hirieron porque no alcanzó a ingresar en el cuerpo, sino que quedó en la superficie.

Después de tomar declaración a las dos docenas de testigos, se estableció que no podía probarse que hubiera muerto por la bala perdida y que existía la posibilidad de que se debiera a la ingesta combinada de sandía y vino, "que había tomado en abundancia".
Creo que es lo suficientemente claro el cronista como para agregar algo más. Quizás, sólo quizás, el médico a cargo de la “autopsia” haya dejado alguna ventana abierta por la que puedan ingresar algunas dudas pero lo que está claro es que la anécdota es al menos curiosa.

 (Imagen con la cita textual)


Fuente: Balmaceda, Daniel, Historias de corceles y de acero, de 1810 a 1824, Sudamericana, Argentina, 2010, págs. 286/91

Saludos.
SirThomas.

3 comments:

El Demiurgo de Hurlingham said...

Me gusta esta explicación histórica a una leyenda, un rumor, que siempre me pareció algo infundado, sin sentido

Frodo said...

Muy bueno, no conocía esta historia. Pero me parece que es un eslabón más en la cadena de mitos acerca de la ingesta combinada de sandía y vino. Me suena que el mito ya venía de antes y lo utilizaron para que Manuel zafe.
Igual lo felicito por el hallazgo, acerca de este tema que tanto interesó siempre al amigo Dolina.

Abrazo Sir!

PD: voy a revisar tu lista de libros, ya vi uno que me interesa. Reviso bien y arreglamos

SirThomas said...

Demiurgo: Gracias por pasar nuevamente! Al menos es una visión original sobre el tema.

Saludos.

Frodo: Anoto la hipótesis que presentó; puede que tenga razón; no iban a manchar el apellido Pueyrredón con un accidente como el que se relata.

Ahí vi el pedido; más luego te mando un mail!

Saludos.
Sir.