Tuesday, February 18, 2014

SirEncuestas Express. Salame el melón.


A raíz de una sugerencia gastronómica que nos hizo llegar @elmyraduff84 [a.k.a. Anisett, Minusválida Mental o Ethel Rouge] que versaba sobre las bondades de condimentar el melón (sí, el melón) con sal (sí, con sal) y (sobre todo o gamulán) lo rico que quedaba, y la sorpresa que ello generó en nuestro departamento de SirGourmet, hemos decidido elevar una queja formal ante las autoridades y exponer a debate público esta curiosa costumbre alimenticia. 


(Imagen creada por nuestro departamento de arte y diseño)
Por eso, y sin más, te preguntamos:
¿Le ponés sal al melón?
A) Sí 2 (Ani, Leti)

B) No 4 (Sir, María, Steffi, Pat)
* Algunos votos ya nos llegaron a través de las Primarias Voluntarias Cerradas.


Conjuntamente con los sufragios, algunos se animaron a dejarnos sus proyectos legislativos referidos a esta deleznable costumbre que sin embargo tiene sus defensores a los que respetamos y saludamos amablemente. De entre las diferentes propuestas se destaca la redactada por la diputada bonaerense Steffi I., con la cual acordamos y firmamos debajo para su tratamiento legislativo virtual:

“Condenase a la ingesta de seis (6) o media docena (lo que resultare mayor) de babosas saladas a todo sujeto que disfrute y/o/u promueva la ingesta del melón con sal”.

La sorpresa que le generó a nuestros periodistas de SirGourmet esta rara costumbre (que queda claro que no conocían, digo por si hace falta aclarar) fue aún mayor cuando investigando sobre la materia se encontraron con que este hábito se viene repitiendo desde tiempos inmemoriales (o desde el nacimiento mismo de la mentada fruta), y que luego, a medida que el ser humano evolucionaba como especie diferenciándose cada vez más de sus primos lejanos, dio origen a la cuasi perfecta combinación que conforman el melón con el jamón (preferentemente crudo), que desde aquí sí aprobamos y que no está en discusión. 

Curiosidades sobre el melón: breve repaso histórico *
Dicen los que saben, o al menos el señor al que le robamos estos párrafos levemente editados y con acotaciones entre paréntesis, que el vocablo melón procede del francés [de qué vocablo del francés te lo debo, acá no lo dice], que fue tomado del latín melopepo, y éste a su vez del griego, y significa fruta con forma de manzana. [Lo que entendemos es que la traducción a nuestro idioma es la que procede del francés que tuvo su origen en bla bla bla]

Debemos aceptar como válido que África es el lugar de origen del melón, aunque también pudo hacerlo sido Asia en donde la diversidad es actualmente elevada y donde principalmente ocurrió su domesticación, aunque la domesticación también pudo ocurrir en paralelo o independientemente en Asia y África. [Así que podemos suponer cualquier cosa que total estará bien, aunque entre estas dos posibilidades]

Los restos arqueológicos del melón son muy pocos pero nos demuestran que una de sus variedades ya se cultivaba en la Edad de Bronce. El arqueólogo franco-prusiano Braulio Romanov nos comenta que “se han descubierto semillas en la Predinastía egipcia (4.000-3000 a.C.) e ilustraciones de ofrendas de frutos semejantes decorando muchas tumbas en el antiguo Egipto (2600 a. C.)”. Además, se han encontrado tres semillas carbonizadas en Grecia, pertenecientes al período final de la Edad de Bronce y otras pocas semillas al Este de Irán datadas en 2.000 años a.C.

En el primer milenio a. C. se sabe que los asirios conocían bien los melones y los cultivaron en sus jardines-huertos. Las frutas se representan en las tablas festivas de los asirios y son enumerados en sus herbarios. 

Plinio el Viejo, en el primer siglo de nuestra era y en su “Historia Natural” nos comenta que los fenicios cultivaban ajo, cebollas, puerros, pepinos y melones. Describió y nombró a la nueva planta introducida en Campania como melopepo, que crece como la vid, que no cuelga como el pepino, que se introduce algo en la tierra, su fruta es esférica y dorada, del tamaño de un membrillo.
 (Plinio, el viejo)


En Roma el melón se consumía principalmente en ensaladas con pimiento y vinagre. Era un lujo que podían permitirse los emperadores. Cuentan que Tiberio no concluía una comida sin su melón correspondiente.

Sobre el tercer siglo de nuestra era, los romanos importaban sus melones desde Armenia y en los mercados de Roma era difícil reconocerlos ya que no eran mucho mayores que una naranja (en cuanto a su tamaño) y supuestamente eran muy poco dulces. De esta época es la reseña de que Clodio Albino era célebre porque podía comerse en un almuerzo liviano alrededor de quinientos higos, un cesto de melocotones, nueve kilos de uvas, diez melones y quinientas ostras (Olé, olé, olé, Clodio, Clodio!).

Mientras tanto en Europa y al comienzo del Renacimiento existía la creencia de cuanto más alta eran las plantas mejor la savia ascendente podía transformar los humores fríos y brutos de la tierra en una sustancia más aceptable: así las fresas y los melones eran considerados como frutos muy mediocres. Existían varias maneras para protegerse contra los peligros que corría la salud en caso de comer fruta. Había que tomar al principio de las comidas aquellas frutas que se consideraban frías: fresas, uvas, melocotones, higos, moras y sobre todo el melón, considerado como el más peligroso de todos. Por el contrario, las manzanas, nísperos y peras era mejor consumirlas al final de las comidas ya que tenían la virtud de impedir que la comida vuelva a la boca.

Los médicos recomendaban comer ciertas frutas junto a otros alimentos o condimentos: melón junto al queso o bien con sal o con azúcar para evitar que se pudra. [Atención porque] Este parece ser el origen del hábito italiano de consumir el melón acompañado de jamón salado o el de la tradición francesa de aliñar el melón con sal y pimienta y beber a la vez un vaso de vino puro.

De cualquier forma, gracias al trabajo paciente a lo largo de los siglos de jardineros árabes primero, y mediterráneos después, el melón ganó volumen, gusto y azúcar, y dejó de contarse entre las hortalizas. En el Renacimiento, los monjes cultivaban el melón para los papas, en los jardines de la residencia de verano de éstos en Cantalupo, cerca de Roma.

La gran coyuntura humanística, artística y científica del Renacimiento influyó también en la cocina. Catalina de Médici, llegada a Francia en 1535 para contraer matrimonio con el delfín Enrique II, no viajaba sola: su numeroso séquito comprendía cocineros florentinos, y los financieros italianos que acompañaban a la reina llevaban también consigo a sus cocineros. Hubo en Francia un apasionamiento por la cocina italiana. La ambiciosa Catalina no descuidaba ningún medio de alcanzar influencia. La mesa y los encantos femeninos formaban parte de su arsenal y, muchas veces, empleaba ambos medios a la vez [Te seducía ligera de ropas melón en mano, suponte]. En aquella época los italianos solían iniciar sus comidas consumiendo sus sabrosas frutas: cerezas, ciruelas y sobre todo, melones. Al final del Renacimiento el melón hace furor en Francia, apareciendo un libro “Sommaire traité des melons”, escrito por Jacques Pons en el que se enumeraban cincuenta maneras de consumir este fruto: con azúcar, sal o pimienta, cocido, con salsa, en buñuelos y compotas. La cáscara del melón servía también para hacer compotas. La Francia del final del Renacimiento olía a melón. Eran tan dulces los melones que se decía en aquella época que los jardineros lo regaban con agua azucarada o agua con miel.

En pleno siglo XIX aún se conservaban las antiguas creencias del final de la Edad Media y de comienzos del Renacimiento y así se recoge una cita de Alejandro Dumas en su Grand Dictionaire de cuisine: “Para que el melón sea digerible, dicen algunos gastrónomos, hay que comerlo con pimienta y sal y beber con él medio vaso de vino de madera o más bien de marsala”.
Muchas son las anécdotas que giran en torno a Dumas y el melón. Una de las que más se recuerda sucedió en Marsella. Cuentan que un día pasó por la mencionada ciudad cuando el cólera causaba estragos. Le gustaba tanto el melón de Cavaillon –del que se suponía entonces que predisponía a la enfermedad en tiempos de epidemia- que comió más de lo razonable. Uno de sus amigos, natural de Cavaillon, le puso en guardia contra posibles cólicos que pudieran complicarse. Ya lo sé, replicó el escritor, pero como nadie los come, no cuestan nada y me aprovecho. Al final de sus días donaría su biblioteca a esta ciudad (Cavaillon, de donde era su amigo consejero, no Marsella que fue donde aconteció la anécdota) con la condición de que le concedieran una renta vitalicia de doce melones anuales.
 (A. Dumas posando para las cámaras del blog)

Además del citado caso del escritor de Los tres mosqueteros, otro histórico personaje que tenía una afición pertinaz por el melón era el emperador Carlos V, simpatía que heredó de su abuelo Maximiliano I quien, según se comenta, falleció tras sufrir un monumental atracón con melones.


* En base a un artículo de J.M. Freire que pueden leer en su totalidad si le hacen caso a ESTE link.



Saludos.
SirThomas.

2 comments:

Pat- said...

Sal al melon? qué ridiculez es esa? El melon es una fruta dulce! como comer frutilla, banana! lo mas cercano al melon, pero salado es el pepino, a ese sí, sal y aceite jaja

SirThomas said...

Excelente Pat, gracias por el comentario. Ahí sumamos tu voto.

Saludos.
Sir.