Wednesday, March 13, 2013

SirHistorias. Tres consagraciones papales curiosas.


En momentos en que, quizás como pocas veces antes en la historia, en bares y pizzerías de la ciudad resuenan repetidas veces frases del tipo “una grande de muzza, un cortado, o puede ser otra? (a la vez que se señala o levanta la botella de cerveza vacía solicitada anteriormente), algunas otras tantas personas andan debatiendo, comentando, aquí, allá y en todas partes sobre la ¿buena? nueva: la elección de J*rge Berg*glio como sumo pontífice de la iglesia católica.
 

Más allá de lo relevante e histórico de este nombramiento o de las opiniones que se puedan tener sobre la propia iglesia o el susodicho, lo cierto es que el universo católico ya se había conmovido a comienzos de este 2013 (más precisamente el 11 de febrero) cuando Benedicto XVI anunció, entre lágrimas, que renunciaba a su cargo por “falta de fuerzas”, algo que a los futboleros, rosarinos o bielsistas nos trajo a la memoria aquella recordada tarde de 2004 cuando, equipo deportivo de la selección a cuestas, Marcelo Bielsa anunciaba al mundo que había tomado la decisión de renunciar comodirector técnico de la selección nacional argentina, aduciendo, que se había quedado sin energías. 

Si bien en este este espacio no solemos hacernos eco de lo que comúnmente se conoce como “urgente actualidad”, esta semana haremos una excepción aunque no, no hablaremos sobre el papa que se acaba de ir y mucho menos sobre el que acaba de ser elegido, sino de otros papas, que también fueron y vinieron, pero que ya son cosa del pasado.

De la mano y la voz del genial Alejandro Dolina repasaremos algunas curiosidades que tuvieron lugar en otros años, en otras épocas, en otros cónclaves.

A lo largo de los diferentes casos que se examinan aparecen personas y personajes con peso histórico propio (Federico Barbarroja, Jacques de Molay, etc.) sobre quienes podríamos brindar mucha más información acorde a sus figuras pero que evitaremos hacer para no entorpecer lo que aquí nos interesa contar concretamente, que tienen que ver estrictamente con las consagraciones papales y los hechos curiosos que se sucedieron en las mismas. Algunos de esos personajes seguramente vuelvan al blog en el futuro pero para contar otras historias no éstas.

Conforme lo indica el ritual, les dejamos aquí debajo el audio original del programa (del 29-12-2009) que nuestros escribas han transcripto de manera cuasi textual (modificaciones que tienen que ver con repeticiones u omisiones que al ser transcriptos hay que eliminar o incorporar, o bien datos agregados a lo dicho por Dolina en la charla) y que sirve para acompañar la lectura de las curiosidades preanunciadas.
Si tienen algún inconveniente con el audio, en ESTE link les dejamos el enlace directo; quizás eso les ayude en algo. 
 
Breve introducción:
La palabra cónclave viene del latín “cum clavis” y quiere decir “con llave” (o bajo llave); y el cónclave es en la Iglesia Católica una reunión de Cardenales que se celebra para proceder a la elección del Papa. Este protocolo se regularizó con las disposiciones dictadas por el Papa Gregorio X en 1274.
 (Gregorio X) 
Cuando un Papa muere, el Colegio de Cardenales asume la autoridad suprema. Se reúnen todos en un lugar, que se cierra rigurosamente y se deja sólo una puerta abierta sometida a constante vigilancia. Las habitaciones del lugar sirven para que los Cardenales tengan su espacio, para acomodar sus papeles o lo que quisieren, para estar con sus secretarios, etc. Allí dentro les preparan la comida y demás. Y los Cardenales no se pueden comunicar con nadie del exterior hasta que el nuevo Papa sea elegido. Sólo los Cardenales pueden votar y aunque en teoría cualquier católico puede ser designado por elección, los candidatos casi siempre son seleccionados entre los Cardenales.

Se realizan de dos a cuatro votaciones secretas cada día, hasta que un candidato recibe al menos las dos terceras partes de los sufragios. En ese momento el diácono de los Cardenales le pregunta al elegido si acepta o no su elección; si el elegido acepta debe elegir un nombre y queda consagrado.

Más allá de este protocolo, se han sucedido en la historia algunas consagraciones bastante particulares, algunas escandalosas, que pasamos a comentar:

Primer caso: Alejandro III y el manto volador. 
Años antes de la regularización del protocolo impuesto por Gregorio X, el proceso de elección variaba y la liturgia admitía algunos elementos más que ahora han desaparecido.

La Edad Media fue, por excelencia, la época del símbolo. La realidad para el hombre medieval es toda ella símbolo. La iconografía está llena de convenciones simbólicas que permitían la identificación de los Santos, cada uno de los cuales estaba representado con un objeto que evocaba alguna circunstancia personal, como, por ejemplo, su martirio.
 

Las ceremonias litúrgicas y el ritual también estaban cargadas de simbolismos, y un simple gesto material se convertía en la expresión de una realidad trascendente; esto explica lo que sucedió cuando se eligió a Alejandro III, el pontífice.
(Alejandro III)
Al morir Adriano IV en el año 1159, cuando aún no se había impuesto el protocolo actual, se reunieron en San Pedro del Vaticano los Cardenales, los embajadores del emperador germánico, el clero, los senadores, y el pueblo romano con el objeto de designar un nuevo Papa.

Los primeros tres días fueron de acalorada discusión y no se llegó a acordar ningún candidato. Al cuarto día, fue elegido el Cardenal presbítero de San Marcos Rolando Bandinelli, que había sido canciller de la Santa Iglesia Romana bajo del difunto Adriano IV. Bandinelli, venía de Siena y se hizo llamar Alejandro III. Pero cuando se disponían a coronarlo sucedió algo muy curioso.
Por aquel entonces no se era considerado Papa desde el momento de la aceptación, como ocurre ahora, sino recién cuando sobre el elegido se verificaban los ritos de coronación. Y uno de los símbolos del poder el Manto de Púrpura, que se ponía el pontífice a sus hombros. El púrpura era el color propio de la autoridad suprema. Cuando a uno le colocaban ese manto, ahí era considerado oficialmente Papa.
En el momento en que se disponían a ponerle el manto a Alejandro III se adelantó el Cardenal Ottaviano, que era un candidato frustrado y partidario del emperador germánico, le sacó el manto de púrpura y salió corriendo. Un senador, indignado, lo corrió y le arrancó el manto con violencia, pero el capellán de Ottaviano, que salió atrás del senador se lo arrebató una vez más y se lo devolvió al frustrado cardenal. Ottaviano estaba tan nervioso con la situación que se puso el manto al revés, lo cual provocó alguna confusión y risas generalizadas. Sin embargo, el usurpador (Ottaviano) se lo había puesto primero (al manto) y sus partidarios lo llevaron triunfante a San Juan de Letrán en donde se lo proclamó Papa con el nombre de Víctor IV. Acababa de comenzar el primero de los cismas de la Iglesia. Por un lado Alejandro III, el Papa legítimo, y por el otro Víctor IV, partidario de Federico Barbarroja, el emperador del sacro imperio romano germano.
(El Fede Barbarroja)

Luego del episodio del hurto del manto púrpura, Alejandro III se refugió en una fortaleza adyacente a la primitiva basílica vaticana para luego escapar con los suyos hasta la pequeña ciudad de Ninfa, a orillas de las ciénagas pontinas, donde finalmente fue consagrado Papa (o culminaron con los ritos correspondientes) por el Cardenal Ubaldo de Ostia. La disputa por el trono papal duró casi cinco años, hasta que en abril del año 1164 Víctor IV tuvo la prudencia de morirse, allanándole el camino así a Alejandro III quien quedó como único Papa.

Segundo Caso: El ¿débil? Juan XXII.
 
Se había muerto el Papa Benedicto XI en 1304 y quedó planteado el tema de la sucesión. Felipe IV, el “hermoso”, rey de Francia entre 1285-1314, no estaba dispuesto a tolerar un Papa que no cediese a todos sus deseos y consiguió que se nombrara en Lyon al arzobispo de Burdeos que se llamó Clemente V y que se trasladó a Aviñón, iniciando de esa manera lo que se llamó como "Papado de Aviñón".
(Clemente V)
Este Papa (Clemente V) fue el que armó el concilio para procesar a los Templarios, por orden directa de Felipe, en donde se condenó a la hoguera a Jacques DeMolay, el maestre de la orden, quien cuando estaba ardiendo en la pira maldijo a todos los que habían intervenido en el proceso (el Papa, Felipe El Hermoso, etc.). 
Las palabras de De Molay fueron las siguientes:
«"Dios sabe quién se equivoca y ha pecado y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. Dios vengará nuestra muerte. Señor, sabed que, en verdad, todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir." "Clemente, y tú también Felipe, traidores a la palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el Tribunal de Dios!... A ti, Clemente, antes de cuarenta días, y a ti, Felipe, dentro de este año..."»
(Jacques de Molay)
Conforme la maldición pronunciada por De Molay, primero Clemente V y luego Felipe se murieron, y empezó otra vez el problema de la sucesión.
 (Felipe IV, el hermoso)
Dentro de este contexto hay que destacar que había pocos cardenales italianos, que históricamente siempre han sido mayoría entre los candidatos y, naturalmente, también como autoridades máximas. Uno de ellos era Guillermo, obispo de Palestrina, se perfilaba como el candidato ideal. Sin embargo, los franceses no estaban dispuestos a permitir esa elección. Bandas armadas irrumpieron en el Palacio, en donde se daba cita el cónclave, y obligaron a huir a los italianos. El cónclave fue suspendido. De nada valieron los reclamos para poner orden.

Dos años pasaron sin que llegara a un acuerdo hasta que Felipe de Poitiers, apodado Felipe El Largo, uno de los hijos de Felipe el hermoso y quien reinaba en ese entonces, como advirtió que la elección se demoraba demasiado decidió cerrar el palacio donde se hallaban los cardenales en un nuevo cónclave. Lo cerró completamente a cal y canto y lo rodeó de tropas. Incluso no les administraba muchos víveres a fin de acelerar la elección. Hasta que no se decidiera el nuevo Papa, Felipe nos los dejaría salir.
 (Felipe V, el largo)

A los cardenales se les ocurrió seleccionar a Jacques Dueze de Cahors, obispo de Aviñón, quien estaba gravemente enfermo. Tenía 72 años y su salud era muy precaria por lo que prometía un pontificado breve lo que daría un respiro a los cardenales para salir de la situación en la que se encontraban y pensar luego en otro cónclave. Lo nombramos a Cahor, pensaban los cardenales, así podemos salir y después nos reunimos en otro lugar en donde el rey no nos pueda tapiar.

Los cardenales no lo dudaron demasiado y el 7 de agosto de 1316 lo nombraron Papa al bueno de Jacques, quien se hizo llamar Juan XXII. Dado su frágil estado de salud no recibió la tiara (lo que vendría a ser la "corona" papal) hasta el mes siguiente, más precisamente el 5 de septiembre. Cuando todos pensaban que en cualquier momento recibirían la noticia de su muerte, una noche en la que todos los cardenales se hallaban cenando en un largo refectorio el flamante Papa se presentó corriendo y pidiendo disculpas a viva voz por haber llegado tarde a la oración. Estaba totalmente recuperado, alegre y con renovador vigor. Juan XXII vivió 18 años más. Se murió a los 90 años en 1334.
(Juan XXII)

Tercer caso: El papado por una taza de chocolate. 

Desde que en el siglo XVI los jesuitas españoles introdujeron en Europa el chocolate, la bebida gozó de gran predicamento y se convirtió en la predilecta de la sociedad refinada de entonces, incluidos, desde luego, los clérigos y los laicos. Muchos sacerdotes bebían chocolate antes de celebrar misa, los fieles antes de comulgar, en fin.


Además, era una forma que encontraron los clérigos de “burlar” las leyes del ayuno, alegando que era sólo un líquido.

Ante esta situación novedosa y confusa, los teólogos jesuitas se pronunciaron al respecto y consideraron que el chocolate no constituía alimento, era tan sólo una bebida y el líquido no rompe el ayuno (“Liquidumnon frangit jejunum”).

Se originó una polémica muy famosa en torno a este tema. La disputa llegó a Roma, en donde el Padre Brancaccio defendió la tesis en un libro titulado “De usu et potu chocolatae diatriba”, el cual le valió el capelo cardenalicio que le dio el Papa Urbano VIII, que era un gran aficionado al chocolate.

A mediados del siglo XVIII, el chocolate fue perdiendo predominio con la popularización del café y del té, aunque entre los eclesiásticos continuó durante mucho tiempo como la bebida favorita.

Ya a principios del siglo XIX, uno de los más entusiastas bebedores de chocolate era el Cardenal Sala, el protagonista principal de la historia que sigue.

Todo lo cual nos lleva a la muerte del Papa Pío VII en el año 1823. En el cónclave, la mayoría de los cardenales coincidían en su rechazo hacia el cardenal Consalvi, un ministro de Pío que había recortado las prerrogativas del resto de los cardenales. Decidieron entonces fijarse en Sala que también odiaba a Consalvi.


Finalmente, el 17 de septiembre de 1823 pareció que la elección estaba resuelta. El cardenal Sala había obtenido 28 de los 33 votos necesarios para obtener la mayoría requerida (o sea, los dos tercios del total de los sufragios). No iba a ser tarea difícil convencer a cinco electores más. Pero algo pasó.

Ese 17 de septiembre era el día de las “témporas de otoño”. Las témporas abarcan tres días de penitencia con los que la Iglesia santifica las estaciones del año. Los días de témpora implican ayuno y abstinencia. Aquel día, los electores opositores a Sala lo encontraron escondido tomando una taza de chocolate. Y luego descubrieron que en sus aposentos tenía escondidas barras de chocolate, que en total sumaban 16 kilos. Lo que resultaba en apariencia una acción inocente y perdonable se terminó convirtiendo en su ruina.

J
uzgando que el cardenal Salvi no podía ser un buen Papa por el poco respeto que había demostrado ante la ley del ayuno, los monseñores le retiraron los votos y empezaron a considerar la candidatura del cardenal Della Somaglia y así fue como por culpa de una taza de chocolate no pudo ser nombrado Papa ... finalmente, el sucesor de Pío VII fue León XII y Della Somaglia se encargó durante algunos años de la política exterior.”.

Acompaña la charla el tango “Misa de once”, interpretado por Carlos Gardel.

El próximo viernes, continuando con la misma temática, estaremos comentando anécdotas que giran en torno a “papas que fueron burlados”, tal y como reza el título de la charla que el propio Dolina ofreciera en otra emisión de “La Venganza Será Terrible”. 
Como es habitual, aunque no siempre aclarado, nuestro staff de escribas e investigadores ha rastreado cada uno de los datos que se mencionan en la charla, en parte para corroborar su grado de veracidad (dejando de lado exageraciones o giros humorísticos) y chequear fechas, nombres, y toda otra información que lo merezca. Si usted nota algún error no tema en anunciarlo en el formulario de comentarios.

Saludos.
SirThomas.

2 comments:

Luis Roach said...

Lei el articulo, muy bueno, lo unico que no pude hacer es escuchar el audio de dolina, no se bien por que.
Muy graciosos las anecdoctas historicas papales!!

SirThomas said...

Gracias!

En el explorer y firefox al menos se ve el reproductor y se escucha el audio, no se si quizás tenga que ver con eso.

Ahí agregué el link directo al audio, a ver si cambia algo si entrás por la página.

Saludos.
Sir.