Thursday, January 31, 2008

Cinco minutos y me compro un papel.

Resulta que regreso de mi lunch break habitual de todos los días, luego de haber degustado un sabroso cafecito con su correspondiente generoso pedazo de Pirineos, que me sirve de almuerzo por el día de hoy. Abro la puerta de la oficina, me recibe un clima fresco, ideal recibimiento luego de haber estado en la calle bajo los tormentos irrespetuosos del sol que emite sus fatales rayos sobre nuestra amado planeta sólo para que nos fastidiemos en días como hoy, en los que se hace imposible estar más de veinte minutos caminando sin la protección de una sombra que nos resguarde del efecto que provoca el maldito sol.

Antes de retirarme de la oficina camino al quiebre almorzativo se había hablado entre los habitantes de la oficina sobre la urgente necesidad de ir a buscar papel higiénico, ya que nos quedamos sin provisiones. Acordamos en que en el lapso durante el cual yo iba a estar almorzando alguna otra persona se encargaría de ir a buscar al menos un rollo a la otra oficina (sí, donde trabajo, como en muchos otros lados, tenemos dos oficinas, estando separadamente la parte de “administración y ventas” y la que responde al nombre de “Redacción”; sabrán ustedes que mis labores las realizo en una Editorial Jurídica -> hacemos libros de Derecho --> Abogacía) o bien saldría a la calle para completar lo que denominamos como “misión conseguir papel higiénico”.

Volvemos a donde nos quedamos en el primer párrafo. Regreso a la oficina, me recibe un clima fresco, dejo mis “cosas” (llaves, billetera) sobre mi escritorio y me dirijo a la zona de vestuarios para corroborar que habían comprado el papel, que ante la necesidad, se había convertido en el objeto de adoración por excelencia.

Ingreso al toilet, no lo veo en el lugar que le corresponde. Salgo. Me voy hacia la cocina (porque quizás recién lo trajeron y lo dejaron ahí) y tampoco lo veo. Desesperación. Un ataque de pánico se aproxima. La parte de mi cuerpo a la que nunca le llega la luz solar, comienza a quejarse cada vez con mayor énfasis y reclama por la llegada del alivio que lo libere del mal.

Salgo de la cocina, voy hacia la otra “ala” de la oficina. Antes de llegar a preguntar algo, me advierten:

“No, no conseguimos el papel, la misión se complicó demasiado”.

Eh? Seguramente vieron la expresión de desesperación de mi rostro porque no llegue ni a decir “Che..” que ya me lanzaron las palabras que una detrás de la otra terminaron formando la desmoralizadora frase del final.
Raudamante, masticando bronca, y con las quejas que mencioné ut supra acrecentándose, vuelvo a salir hacia la calle para tratar de completar la misión por mis propios medios, dada la incompetencia reinante en el resto de los compañeros de oficina.

Digo, si tanto se quejaban de la falta de papel, no pudieron mover sus malditos traseros y conseguir lo que querían? Cómo es el tema? Quiero, quiero quiero? Dame, dame dame? Pero no pienso mover un pelo para conseguirlo, más allá de que minutos antes (67 para ser más precisos) habían afirmado que lo harías, costare lo que les costare.

Bueno, con todo esto en la cabeza bajo por el ascensor, salgo del edificio, luego de caminar los correspondientes sesenta y siete pasos que separan la puerta del ascensor de la puerta del establecimiento.

Primer intento: El Kiosco del Gordo Sonriente.
Al salir del edificio hago unos pasos hacia mi izquierda, y llego al lugar en cuestión. Pispeo entre los estantes de detrás del mostrador para ver si logro identificar al producto que ando necesitando y no lo veo. Como hay clientes que están antes que yo en el orden de prioridad de atención, y para no seguir perdiendo vitales segundos que luego podrían costarme caro, doy por perdida esa chance.

Segundo intento: La Farmacia-Perfumerie de las señoras mayores de la esquina.
Quince pasos separan un lugar del otro. Farmacia-Perfumerie. Se supone que acá deben tener, no? Sí, me respondo para mis adentros mientras elevo el índice de aceleración de mis pasos a límites que jamás antes había llegado. Un obstáculo me separa de mi meta. La puerta. La abro, o eso intento en un primer momento. Está más difícil de lo que pensé, cómo diablos se abre esto? Ah! Es corrediza. Bien. La deslizo hacia la izquierda e ingreso a la farmacia. Cinco personas para atender, ningún cliente a la vista. Esta es la mía. Terminará siendo más fácil que lo que pensé. Entro, me llevo lo que necesito, me retiro. No veo policías cerca. No tendremos que lamentar víctimas. No saldré en los noticieros. La pregunta es una pregunta de rigor, ceremonial, cuya respuesta será el precio, abonaré y podré volver a la oficina.

- Hola sí, qué tal, Papel higiénico tiene?
- Eeeh. No, se me acabaron.

Eh? Pero cómo? Es posible que suceda eso? No me explico como es que puede pasar algo semejante. Te podés quedar sin gasas, algún que otro perfume conocido, pero papel higiénico? Deberían tener stock suficiente como para que nunca se acabe. Qué clase de farmacia-perfumerie es ésta? O es que estamos en temporada baja de papel higiénico, como sucede con algunas frutas que uno las puede conseguir por estación, o con algunos productos de huerta que dependiendo la época del año hay mayor o menor oferta. Bueno, mientras estos pensamientos se entrecruzan en mi cabeza, saludo cordialmente a la farmacéutica con título habilitante que no me habilitó el producto que había ido a buscar, y me retiro ahora hacia un tercer lugar.

Abandono la calle San Martín para llegar hasta Lavalle. Parado en una de las dos peatonales, ciento veinte metros me separan del tercer sitio en el cual podría conseguir lo que andaba buscando.

Tercer intento: Farm*city.
Lavalle y su intersección con Florida era el punto exacto al cual debía llegar para encontrar la solución al problema del desabastecimiento que pesaba sobre nuestra oficina, un problema sobre el cual no muchos quieren hablar. Sabemos y nos hemos hecho eco de la escasez de monedas, del mercado negro existente para el abastecimiento de las mismas, pero no nos animamos a decir palabra sobre la falta de papel higiénico en las farmacias-perfumerie, sobre todo aquellas que son atendidas por señoras mayores.

Camino los cien primeros metros, en los cuales me cruzo primero con Sendra. Sí. El humorista gráfico. Llego a dirigirle una mueca en la cual le expreso toda la admiración que le tienen mis padres, él me responde con otro gesto en el cual me parece estar diciendo “gracias, pibe, saludos a tus viejos, sos el primero que me reconoce y eso que vengo caminando desde corrientes”. No llego a contestarle, ya que el rápido paso de mis pasos hizo que ese intercambio gestual no durara más de cinco segundos, pero creo que llegamos a decirnos todo lo que teníamos para decirnos.

Sigo caminando. Farmaci*y cada vez está más cerca. Ya puedo divisar el inconfundible cartel que nos anuncia que allí debajo hay un local de esta cadena de farmacias-shops-kiosco-venta de electrodomésticos y que se yo qué más, que lo único que logra es que mucha gente entre a la “farmacia” para aumentar la cantidad de gente por caja y que uno demore más en comprar lo que realmente necesita, y no esos discos compilatorios de Boleros, música para bebés, o golosinas que bien los podrían adquirir en los negocios dedicados a la venta de estas mercaderías.

Bien. Entro al local. Me dirijo sin miramientos hacia la zona indicada. Dudo un poco entre una marca y otra, miro en la billetera a cuánto asciende mi capital. Vuelvo a mirar los precios. Complicado el tema. No llevo mucha plata encima. Seis pesos en billetes y un poquito más en las tan preciadas monedas.

Papel Higiénico xy --> $ 6,30.

Bien (bis), para éste me alcanza. Los que suelo comprar en el mercadito atendido por seres humanos de ascendencia asiática están mucho más barato, pero ahora no es momento para pensar demasiado. La urgencia puede más que cualquier debate interno acerca de si estoy pagando de más, de si me están robando y ellos se benefician poniendo precios tan altos pero que la gente de todas formas paga y así engordan los bolsillos del señor Farm-city.

Llego a la caja. Cola. Dos personas. No es mucho y acá suelen ser bastante expeditivos los cajeros. Epa. Veo que un señor abona (sí) con tarjeta su compra. 2 tabletas de analgésicos y pagás con tarjeta? Bueno. Paciencia. Todavía no pasaron 4 minutos desde que abandoné la oficina pero parecerían que fueron 4 días. Paga el segundo señor que se encontraba en la cola. Llega mi turno y hago lo mismo.

Salgo del ambiente fríamente climatizado de la farmacia-shopping. Vuelvo a la calle. Otra vez los ciento veinte metros agobiantes bajo el calor. Otra vez me cruzo con Sendra, pero esta vez no le llego a hacer ningún gesto. Sí, qué se yo. Se ve que andaba paseando (¿?). Antes de cruzar nuevamente hacia la parte de San Martín sobre la cual se asienta el edificio en donde están las oficinas, me cruzo con otro conocido, un ex entrenador de rugby, Fernando S. Lo saludo a la pasada, disculpame Fer, pero ahora no tengo tiempo para hablar de aquellas épocas, de lo pequeño que era cuando me entrenabas, así que sigo de largo al grito de “Eeeh... como te va???”” al tiempo que cruzo la calle y tras caminar los pasos necesarios llego al trabajo otra vez.

Bueno, sobre el filo de los cinco minutos (desde que salí) vuelvo a la oficina. Sin hacer mucho barullo me arrimo hasta la zona de vestuarios ahora sabiendo que llevaba conmigo el papel, sabiendo que encontraría el alivio, sabiendo que sino me apuraba posiblemente de nada serviría el papel.
Despido las sustancias tóxicas que me invadieron. La parte de mi cuerpo a la que nunca le da el sol me lo agradece. Hacemos las paces y retorno a mi escritorio para seguir trabajando.

Saludos.
SirThomas.

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